ANALISIS OBRA DE RAFAEL NUÑEZ, Por Antonio Gomez Restrepo

A don Rafael Núñez le consagra Gómez Restrepo un gallardo elogio, en el que disipa muchas ideas preconcebidas, muchos prejuicios de los que han ido formándose en torno del pensador ilustre. Hay un desliz de imprenta en el año de su nacimiento, que no es 1835 sino 1825; lo aclaro, para que no se lo atribuyan al autor. Este había hecho antes un brillante panegírico de la personalidad política de Núñez, cuando se inauguró su estatua en el Capitolio Nacional, en 1922. El día que se haga una edición esmerada, completa y definitiva de la Reforma política de Núñez, hay que tener en cuenta que varios artículos publicados en El Porvenir (1884, 1886, y 1889 a 1894), que se creen suyos, pertenecen a don Daniel J. Reyes, según carta de éste dirigida en setiembre de 1922 a don Henrique Román. «Esos escritos — dice — se los mandaba yo en forma de correspondencia al doctor Núñez, quien algunas veces les quitaba la fecha y les ponía título. Mi deseo es que no se incurra en el error de publicar, como del doctor Núñez, artículos mediocres y acaso sin importancia actual». Y envía2 92 RESENA DE LIBROS BICC, III, I 9 47 adjunta una lista de dichos escritos, que no serían mediocres cuando Núñez los acogió. Pero suum cuique. Se ha venido repitiendo y exagerando, sin análisis alguno, la incorrección y prosaísmo de los versos de Núñez, extendiendo esta nota parcial a todas sus composiciones, y negándole hasta el título de poeta. Gómez Restrepo estudia serenamente el asunto, como ya antes lo había hecho también en magnífico ensayo, publicado en la revista Santajé y Bogotá. Hacia 1929, se trató de reducir a la nada la obra poé- tica del Reformador. Un zoilo, amparado con el seudónimo de GarciOrdóñez, inició las diatribas, haciéndose eco de un viejo artículo de un tal Drake, reducido a escombros por don Miguel Antonio Caro. Pero Ismael Enrique Arciniegas, en vibrante artículo, le probó al tal Garci-Ordóñez que muchos de los versos tan acerbamente censurados, habían sido alterados de mala fe y con perverso designio. Otro ilustre santandereano, don José Fulgencio Gutiérrez, publicó en Tierra Nativa, de Bucaramanga, el ensayo El doctor Rafael Núñez, poeta, suficiente para consagrarlo como crítico. Mas todos estos estudios, y tantos otros de jueces competentes de Hispanoamérica, se han echado al olvido para seguir afirmando que los versos de Núñez no valen nada. Por fortuna, como él mismo lo dice en su composición Leyendo e Quijote, a despecho de olvido y de mordaza, laurel de gloria el inspirado siega. Gómez Restrepo analiza las mejores producciones de Núñez, dos de las cuales, Todavía y Que sais-je?, hubieran bastado para inmortalizarlo, si al lado de ellas no tuviera otras muchas de mérito no común. ¡Qué distintas las composiciones de Núñez, tan hondas, tan viriles, a los blandengues versillos de los ahora llamados poetas, que entre sí se proclaman «delicados y correctísimos»! Siempre hay alguna distancia entre aquel y éstos. Mucho se ha escrito sobre el Que sais-je?, y casi siempre con torprejuicios y dañadas interpretaciones. Núñez mismo defendió los puntos de vista de esa poesía juvenil, en las elocuentes páginas que dedicó al poeta inglés Mateo Arnold. Allí está todo explicado. Deben leerlas y meditarlas los que afirman que Núñez no sujetó su pensamiento a culto alguno religioso. Suele compararse a Núñez con el de Arce, para presentarlos como poetas de la duda. Mas para ello, se traen a cuento estados pasajeros de su espíritu, cristalizados en poesías pesimistas; pero no se habla de los acentos religiosos que animan toda la obra restante de don Gaspar; y se omiten los muchos rasgos espiritualistas católicos de don Rafael, como los que cita Gómez Restrepo, y tantos otros que pudieran aducirse. Como bien lo expresa don Antonio, «de aquí nacen los erro -BICC, II!, I 9 47 RESENA Dt LIBROS 2(j¡ res de juicio, porque los lectores se sienten inclinados a dar A taies arranques de dolor una significación demasiado absoluta en el proceso, sentimental o filosófico, de una existencia multiforme y complicada». No se ha hecho todavía un estudio a tondo de las ideas religiosas de los dos Núñez, a la luz de la teología, de la filosofía, de la exégesis. Cuando se haga, se verá cómo muchas de sus afirmaciones, que parecen más audaces a los ignorantes en esas materias, son puramente ortodoxas, y encuentran su correspondencia en varios pasajes de Job, de los Salmos, del Eclesiastés, de Kcmpis, que hay que saber aplicar y entender. Se verá también cómo, al paso de los años, fueron ascendiendo esos dos grandes poetas hacia Dios, sacando cierta la afirmación de Coppée, al referirse a la falta de una formación profundamente religiosa desde los primeros años: «Al amanecer nos alejamos de la Cruz; la olvidamos en los ardores del medio día; pero a la tarde su sombra se alarga, y nos envuelve…». He ahí la historia de muchas almas. «Si en lo filosófico y religioso no partió Núñez de la estricta verdad, — dice don José Fulgencio Gutiérrez — iba acercándose a ella a poder de estudios y meditaciones». Hay un .oneto de sus últimos años, en que nos habla del vuelo de la fe, muy superior al de la ciencia humana. En los tercetos nos presenta los caminos para ascender a lo alto: De abnegación la fuerza milagrosa, del éxtasis de amor la sed primaria, el arpa de David, que es voz radiosa, la escala de Jacob, que es la plegaria. De ese soneto — (inserto en 1886 en una corona poética a la Virgen de Chiquinquirá, a la cual contribuyeron los principales escritores de la época) — conozco dos versiones: la primera más descuidada, pero más espontánea; la segunda más pulida, lo que prueba que Núñez sí corregía sus composiciones, cuando las juzgaba dignas de lima, por algún motivo. Dicho Soneto — carece de otro título — trae a la memoria una estrofa bellísima y muy conocida, en que Núñez de Arce canta la supremacía de la fe sobre la ciencia sin Dios; nos pinta a ésta en la figura de un corcel, «a todo yugo ajeno», que, desbocado e indómito, corre y corre, «a través de intrincadas espesuras», sin luz alguna que lo ilumine y sin encontrar nunca el sendero para salir de su extravío; su insana carrera lo lleva siempre de nuevo al punto de partida. ¡Si todos los poetas ateos hablaran como estos Núñez! Una palabra más sobre el Que sats-je?. Mi ilustre amigo don José Ramón Vergara, — el escritor que más sabe de Núñez en Colombia — me refirió que en un álbum, obsequiado por éste a doña Ma- 2 94 RESENA DE LIBROS B1CC, I I I, I 9 4 7 ría Gregoria de Haro, y escrito íntegramente por él mismo en la elegante letra que usó en su juventud, aparece, dedicada a dicha señora, la famosa composición, si bien con el título de Metafísica, y con esta estrofa inicial, suprimida luego al publicar los versos: Si algún día estos cantos son leídos por el mundo a quien no van dirigidos, pues que sólo los dicto para ti, ¡ah! ese mundo en vano buscaría la causa de esta súbita agonía que se revela aquí. Tuvo Núñez al decir esto, cierta visión profética, de que gozan a veces los poetas; ya hemos visto cuántas interpretaciones se ha querido dar a esos versos angustiados, que no son sino el reflejo de un momento de amargura, que ha hecho a tantos otros famosos escritores descender de las alturas a los abismos. Pero que nos lo explique Nú- ñez mismo en esta estrofa de Libertad, muy poco citada: La razón no se opone a la excelsa visión del sentimier. to, que de aliento mayor siempre dispone. Reina el antagonismo, nada más que un momento, cuando es el corazón luctuoso abismo, noche donde se oculta un firmamento. El águila también, cuando sus plumas le arrebata borrasca pasajera, deja de hender las celestiales brumas y del limo común es prisionera. No debe, pues, cifrarse en esa composición, todo el pensamiento de Núñez. No cita Gómez Restrepo una de las poesías de don Rafael que más me gustan: el levantado romance Bolívar providencial, que termina con estas frases, oportunas hoy, cuando se trata de amenguar las glorias del Libertador: ¡Bolívar! En mi arpa no hay aceradas cuerdas, al temple de las notas de tu inmortal poema; mi canto es una sílaba de admiración apenas; ¡tu vida es una Ilíada que pide trompa homérica! BICC, I I I, 1 9 47 RESEÑA DE LIBROS 2 95 Gómez Restrepo concluye su estudio, recordando que es obra <ic Núñez la letra de nuestro Himno nacional (aunque no lo escribiera con ese fin, sino como un simple Himno patriótico para conmemorar la fecha clásica de Cartagena), y hace una oportuna alusión a la Marsellesa. Esta tampoco fue compuesta como himno nacional; apareció con el título de Canto de guerra del ejército del Rin; se convirtió luego en el Canto de guerra de los ejércitos de la frontera, y por fin, en el Canto de los marselleses, antes de ser el himno patriótico de Francia. Conocida es la manera — referida por Tiersot — corno supo Rouget de l’Isle el nombre popular de su obra y la rápida difusión de que gozaba, al oírla cantar a un muchacho montañés, en una garganta de los Vosgos. Núñez, en 1887, vio la aceptación con que era recibido el Himno, y el entusiasmo que despertaban sus estrofas, de escasa inspiración poética, pero animadas por Oreste Síndici con el fuego del patriotismo y de la gloria. En 1850 había escrito la primera letra de dicho himno. He aquí dos de sus estrofas, para que se vea cómo fueron en su forma primitiva, talvez mejor que la actual: Cayeron las cadenas: ¡Independencia! grita la libertad sublime el pueblo americano; derrama en todo el orbe anéganse en su sangre su bendecida luz. las hijas de Colón; La humanidad entera, pero este gran principio: que esclavizada gime, «El pueblo es soberano», comprende las doctrinas resuena aun más vibrante del que murió en la cruz. que el eco del cañón. Hace falta, verdaderamente, una edición completa de las poesías de Núñez. La segunda que de ellas hizo en 1914 la Librería Americana, sobre la anterior de Londres, agrega varias no contenidas en ésta; pero hay muchas otras que merecen conservarse. Algunas las publicó el ya citado don José Ramón Vergara, en su excelente Escrutinio histórico, base de cuantas obras se han escrito después sobre Núñez. Por él sabemos que la primera composición del poeta cartagenero, fue la traducción de la poesía de Lamartine Al pie de un crucifijo. «Segno d’inestinguibil odio e d’indomato amor», sigue siendo todavía Núñez. Pero si a mí se me pidiera concretar en breves frases mi pensamiento sobre el gran estadista, lo realizaría, haciendo mías las admirables síntesis de monseñor Carrasquilla en su artículo Je sais!, al cual remito a los lectores.

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